Cada año, cientos de personas corren con una llama encendida desde México hasta Nueva York. ¿Qué llevan? Una antorcha. ¿Qué significa? Todo.
La Antorcha Guadalupana no es solo cosa de religión. Es memoria que camina. Es comunidad en movimiento. Es una manera de decir: “aunque me fui, aquí sigo”. Porque migrar no es cortar raíces. Es llevarlas puestas.
Desde ALMA, nos sumamos a ese recorrido. No porque sea tendencia ni por tradición ciega, sino porque entendemos lo que significa cargar con tus creencias, tu cultura, tu historia… y cruzar con ellas miles de kilómetros. La antorcha no es solo una llama: es un símbolo de identidad migrante que no pide permiso para existir.
Mientras unos queman puentes, esta gente enciende caminos. No hay conferencia de prensa, no hay reflectores. Solo kilómetros de dignidad y fe, avanzando a pie. Eso también es resistencia.
Y no se trata solo de quienes corren. Está la señora que ofrece agua en el camino. El niño que dibuja la antorcha en la escuela. El migrante que no pudo regresar, pero manda un mensaje de voz diciendo “ahí los acompaño desde lejos.” Todos forman parte de esto. Porque la tradición se vive con los pies, con las manos, con la voz, con la memoria.
A veces confundimos fe con silencio, pero quienes cargan esta antorcha no vienen callados. Cada paso dice algo: “mi historia importa”, “mi comunidad existe”, “mi país no se me borra por tener otro pasaporte”. Y eso—en tiempos donde ser migrante implica ser invisible—es profundamente político.
Así que cuando veas pasar la antorcha, no pienses solo en la Virgen, ni en el fuego. Piensa en todo lo que no se ve: los silencios, las despedidas, la nostalgia, la fuerza. Piensa que si tú también vives entre aquí y allá, si extrañas mientras avanzas, si luchas por no perder quién eres… entonces esta llama también es tuya.